sábado, 12 de junio de 2010

CENTAUROS DEL DESIERTO


Título Original: The Searchers (USA)

Director: John Ford

Guión: Frank S. Nugent

Música: Max Steiner

Intérpretes: John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles, Ward Bond, Natalie Wood, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr.

Descripción: En "Centauros del desierto" se narra la larga búsqueda de dos niñas raptadas por los comanches emprendida por su tío (John Wayne) y su hermano adoptivo (Jeffrey Hunter). El dominio en la narración cinematográfica de John Ford, con tendencia al lirismo, la siempre excelente dirección de actores, la roturación psicológica de sus caracteres y la sabia utilización de los recursos técnicos (fotografía de Winton C. Hoch, música de Max Steiner) y escenarios (magistral plasmación del Monumental Valley) para enfatizar la fuerza emocional del relato, son algunos de los elementos fílmicos que hacen de "Centauros del desierto" uno de los grandes títulos de la obra del maestro Ford. Temáticamente aborda una historia de tintes trágicos, con momentos equilibrantes de humor, historia en la que se nos hace partícipes de la hondura psicológica de un personaje degradado y confuso, interpretado por John Wayne en su mejor actuación, un ex-militar confederado llamado Ethan Edwards, retratado impecablemente por John Ford, quien también nos sumerge en el usual catálogo psicológico de caracteres dotados con todos los valores del mundo fordiano, entre ellos, la familia, el honor, el humor, la amistad o el deber. Ethan, pieza angular del film, se nos presenta como un hombre tosco, vengativo y amargado, pero no exento de cinismo, abiertamente racista, con un hondo y exagerado odio hacia los indios. Es también un nómada solitario, un perdedor sin hogar, (perdió la guerra, perdió a su gran amor, que al final se casó con su hermano), con dificultades para encajar en la civilización de posguerra y afán de redención. Un personaje que se aleja en medio del polvo del desierto sin un claro destino, mientras su contexto, feliz e ilusionado con su futuro, sin ni siquiera advertir su silenciosa marcha, cierra inconscientemente la puerta de la esperanza, una puerta que unos años antes le había visto entrar desde ese peregrinaje eterno que parece corresponder a su estigmatizado pasado. "Centauros del desierto", una película muy aclamada por muchos cineastas, entre ellos Scorsese o Coppola, es uno de los títulos clave de la historia del western.

Género: Western

Duración: 119 min.

Product / Distrib: Warner Bros. Pictures

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El filme a analizar es “Los centauros del desierto” de John Ford. Este filme que se agrupa en la clasificación de imagen-idea-imagen defendida por el autor. Donde su cine nos lleva de la imagen a una idea y de esta a su vuelta a la imagen. Residiendo en esto la belleza de su cine en la que el pensamiento mismo se ha convertido en una imagen.

El principio y el fin están presente en la imagen como apertura y cierre de puertas, los movimientos de los personajes que nos conducen y también en el contraste oscuridad-claridad presente en el filme.

Por poner ejemplos, propondremos el principio del filme y el final, “ Ethan llega a casa de los Edwards” y “el retorno de Debbie”, claros ejemplos del estilo de Ford.

En la primera imagen del principio se muestra un cuchillo luminoso hiendo el negro de la pantalla y después a una puerta que se abre a contraluz (demostrando esa característica de Ford de dotar siempre a una imagen-imagen el primer papel del relato) dejando paso a un mujer Marta de cuya mano salimos al exterior de la casa aun porche.

En esta secuencia se muestra la oposición negro-luz que a lo largo de todo el filme va existir, y la oposición casa acogedora- desierto salvaje que también va a aparecer a lo largo de la película.

En esta escena Marta sale al porche empujada por alguna fuerza o intuición, ya que no conocemos motivo alguno esto se articula en el filme como un travelling lateral de la cámara que empieza a moverse incluso antes que la Martha hacia la puerta. Así mediante el uso de este recurso se nos dice de lo extraño y fuerte del movimiento de esta, como si esta fuera empujada hacia a la puerta.

A continuación se muestra un plano de Marta mirando hacia fuera de cámara, y un plano del desierto donde aparece a lo lejos un jinete. Este es Ethan y este plano refuerza la idea de que él pertenece al desierto, idea que se refutara en la escena final donde se cierra una puerta dejándolo fuera, fuera de la comunidad. De donde él procede del desierto. Idea de la confrontación desierto- comunidad que aparece a lo largo del filme.

Después se desarrolla el plano en el que se van añadiendo la familia, situando en el centro de este a las dos mujeres más importantes de la película, Debbie y Martha. En los siguientes doce planos que componen la introducción destacamos los tres que solo se componen de un personaje, enseñándonos así los personajes principales del relato. Estos son los reservados a Ethan, Martha y Debbie.

En el epílogo se hace referencia una cierta simetría, todos en el portal e Ethan devolviendo a Debbie a casa después de su secuestro. Este abandona la escena con un travelling a la inversa, que rehace el del principio del filme como llegada de este, dejando en el desierto como un personaje que pertenece a este y que no ha encontrado su sitio en la comunidad. Este apunte muestra con claridad la crítica de Ford a la sociedad americana blanca en torno al problema del exterminio del otro, aunque siendo una necesidad para conseguir un fin, se margina o postra a la leyenda al que la a realizado.

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En su “Recorrido personal por el cine norteamericano”, el conocido director Martin Scorsese, hablando de “Centauros del desierto”, señalaba que, tras años de búsqueda, cuando Ethan finalmente encuentra a su sobrina, secuestrada por los comanches siete años atrás, no se sabe si la va a matar o la va a salvar. Insiste en que no hay que esperar un final feliz, ya que Ethan no encontrará ningún hogar o familia al final del camino. Ethan está maldito, condenado a seguir siendo un ser errante, destinado a vagar eternamente por el mundo.
Y es que pocos finales de una película han hecho derramar tantos ríos de tinta a lo largo de la historia como esa memorable secuencia en que, después de que todos los protagonistas hayan entrado en casa, por parejas, muy despacio; Ethan, el personaje interpretado por John Wayne, que ha permanecido en el exterior, mirándoles, se da la vuelta y, con un andar entre pausado y desganado, dirige sus pasos de nuevo hacia el horizonte mientras la puerta de la casa se cierra para él y las palabras “the end” aparecen en pantalla, mientras las voces del grupo “The sons of pioneers” comienzan a desgranar la canción de Stan Jones, compuesta para la película:

¿Qué lleva a un hombre a vagar?
¿Qué lleva a un hombre a vagabundear?
¿Qué lleva a un hombre a dejar su cama, montar su caballo
y volverse a casa?
Cabalga lejos, cabalga lejos, cabalga lejos.

Un western de una intensidad arrebatadora que, a través de unas imágenes de una belleza sin igual, nos cuenta la obsesiva búsqueda de una joven secuestrada por los indios, protagonizada por su tío, el enigmático y atormentado Ethan, y por su hermano de adopción, un mestizo llamado Martin.
En “Centauros del desierto”, la historia de un largo y complicado viaje por todo el Suroeste de los Estados Unidos recién salidos de la Guerra de Secesión, John Ford traslada al universo del western, al espectacular decorado natural del Monumental Valley, el mito del eterno retorno, subiendo a lomos de caballo el célebre aforismo de Pompeyo: “Vivir no es necesario; navegar sí.”
Y es que estamos ante una de las películas más importantes de la historia del cine, uno de esos títulos fundacionales que consolidaron toda la mitología del western y algunos de sus iconos esenciales, como el del viejo pistolero solitario y errabundo o el de esa camaradería que sólo puede surgir entre dos personas que cabalgan, una junto a la otra, durante semanas y meses, durmiendo al raso y teniendo que vencer todo tipo de peligros y dificultades.

El racismo y las siempre difíciles relaciones con los indios, el Séptimo de Caballería, las secuelas de la Guerra de Secesión, los amores frustrados e imposibles, la necesidad de venganza, la contradicción entre seguir el camino o volverse a casa, entre continuar la búsqueda o rendirse, entre seguir esperando el retorno del ser querido o renunciar a él y casarse con otro…
Son tantos los temas que John Ford aborda en “Centauros del desierto” que, cada vez que vuelves a ver la película, le encuentras detalles, giros y aspectos nuevos, distintos y, sobre todo, hermosos. Como el cariño con que Martha dobla y acaricia el capote de Ethan ante la comprensiva mirada del singular reverendo interpretado por Ward Bond.
La mirada de Ethan, perdida en el horizonte, impotente, mientras seca el sudor de su caballo, sabiendo que no va a poder ayudar a su familia en peligro. O diálogos tan sugestivos como éste:

- “Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?
- No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…
- Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?
- El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.”

“Centauros del desierto”, además, nos depara, posiblemente, la mejor interpretación de la larga carrera John Wayne. Su Ethan es tan duro e implacable como tierno y socarrón. Tan sólido y frío cuando dispara contra los indios como sensible y vulnerable cuando tiene que enterrar a una de sus sobrinas, con sus propias manos. Una personalidad compleja y contradictoria que llega al paroxismo cuando, por fin, encuentra a la pequeña Debbie, convertida en una hermosa comanche.

Y, como decía Scorsese, no se sabe si la va a salvar… o la va a matar, he ahí la gran tragedia de una excepcional película que, a sus cincuenta años de edad, sigue emocionando al espectador, sacudiéndole en su asiento, hablándole de algunos de los temas que preocupan al hombre desde el inicio de los tiempos, haciendo que se le salten las lágrimas cada vez que la ve.


Jesús Lens Espinosa de los Monteros.



















OTRA VISION

No es fácil señalar de donde viene el respeto por los duros, pero es muy viejo. Los espartanos de la antígua Laconia griega eran respetados ya por eso, y creeme, no hay por donde agarrarlos en lo que a humanidad se refiere. En el cine hay muchos, Wayne posiblemente el primero. Y entre sus personajes este de Ethan sobresale.
"Centauros del desierto", es la película de John Ford más sofisticada y emotivamente compleja, así que le he escrito a mi tío en busca de posición.
En el año 1974 un historiador cinematográfico, Brian Huberman, quiso alabar la interpretación de Wayne diciéndole: «Ese papel de villano era fantástico”. Wayne puso cara de perro furibundo en vez de sentirse alagado.
«No era un villano –dijo, apretando los dientes–. Era un hombre coherente con su época. Los indios se follaron a su mujer [sic]. ¿Qué habría hecho usted?».
Este error sobre el parentesco entre el personaje de Wayne y su cuñada, llamándola su mujer, es freudiano y revelador, aunque no queda claro si estaba pensando en Martha o en Debbie, o en ambas, como su «mujer». Este desliz psicológico da una idea de lo que Wayne pudo haber experimentado al interpretar a Ethan, que lucha contra sus sentimientos adúlteros hacia la mujer de su hermano y se siente consumido por la rabia que le causa el secuestro y la posesión sexual de su sobrina por parte de su álter ego indio, Cicatriz. Si consideramos la idea de que Debbie podría ser la “hija” de Ethan y Martha, las connotaciones incestuosas se multiplican. La identificación de Wayne con el horror de Ethan ante la violación interracial es tan intensa que le lleva a tergiversar la narración, elevando los sentimientos prohibidos a lo que él considera acciones justificables. Revela aceptación de que el objeto no sea el rescate sino la muerte: una frenética odisea de venganza. «Me gustaba, y me gustaba interpretarlo», declaró inequívocamente en una entrevista de 1975. Wayne incluso bautizó a su hijo pequeño John Ethan en honor al personaje.”
“Centauros del desierto” surgió en un momento en que los westerns no estaban ya de moda entre la crítica “seria” y no fue demasiado bien recibida. Pero su reputación ha crecido con los años y cineastas como Scorsese, Tarantino, Spielberg y Lucas la defienden hoy como una de las obras mayores del cine usamericano. John Wayne la consideraba el mejor western de John Ford.

Por eso hoy los guías navajos de Monument Valley enseñan a los psicos de este director y del western la zona de rodaje. En realidad sólo quedan unas pocas ruinas de la casa que quemó, lo dejaron todo hecho un desastre, pero los más psicos intentan recoger y llevarse algún trozo de madera y de ladrillos artificiales carbonizados.

El director de fotografía, que hizo las cuatro películas en color más hermosas de Ford, no entraba en el grupo de los que le llamaban “papi” y lo reverenciaban. Cree que Ford no era tan bueno como él sacando grandeza de los paisajes, sus directrices visuales eran, normalmente, bruscas e imprecisas, pero se dio cuenta enseguida que, cuando había ordenado dónde colocar la cámara, sabía cómo quedaría la toma.
En el grupo familiar en el porche en la primera escena, como van colocándose en su sitio con una fluidez natural, sin ningún esfuerzo, y con movimientos elegantes. Ahí está el genio de Ford.

La película se ha desmenuzado casi secuencia por secuencia en los más de cincuenta años pasados, y por subrayarte otra secuencia, observa la de la cacería de búfalos. la escena se rodó en el Parque Nacional de la Isla de Elk, en Edmonton (Alberta). Algunos búfalos fueron abatidos de verdad ante las cámaras, aunque lo hicieron guardas del coto, como parte de la criba regular de la manada.
Wayne tenía una resaca de órdago cuando se rodó la secuencia final, y eso que ya era última hora de la tarde. Eso explica los movimientos algo torpes e inseguros, muy apropiados para el personaje al final de lo que Ford llamaba la «tragedia de un solitario». Pero tuvo un gesto que según unos fue una improvisación, y según otros un homenaje acordado con Ford. Se agarra el brazo derecho con el izquierdo. Wayne lo hace mientras está de pie en el umbral de la puerta, un homenaje a su ídolo, Harry Carey, el “Wayne” de Ford en sus primeras películas del Oeste, todavía mudo.
Aunque el público no respondió como esperaba el equípo, “Centauros del desierto” recibió grandes alabanzas de algunos críticos americanos. El “Hollywood Reporter” afirmó que «indudablemente, es uno de los westerns más grandiosos jamás realizados». La revista “Look” publicó un gran despliegue de fotografías de Centauros del desierto, incluidas algunas ampliaciones de sus planos más memorables, y definió la película como «una Odisea homérica [...] un western a lo grande, el más grandioso desde “Raíces profundas”. Pero otros no entendieron los motívos del carácter del personaje, no sabían qué pensar del hecho de que Ethan fuera «un inequívoco neurótico, devorado por un odio irracional hacia los indios». La búsqueda de su sobrina les parece estar menos inspirada por el amor o el honor que por el deseo obsesivo de conducirla a la muerte, por ser una criatura contaminada. ¿Qué clase de director es Ford, con un héroe como éste?.
Pues aquí tienes un viaje para conocerle. Pero en todo caso una persona que, cuando el productor de “Centauros” se alarmó al enterarse de que había sido picado por un escorpión, mereció este comentario de Wayne: “John está perfectamente; el que ha muerto ha sido el escorpión.”


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